Nuestra actitud ante la adversidad
Filipenses 2:5-7
“La actitud de ustedes debe ser como la de Cristo Jesús, quien, siendo por naturaleza Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse. Por el contrario, se rebajó voluntariamente, tomando la naturaleza de siervo y haciéndose semejante a los seres humanos.”
Que Dios te bendiga, hermano. En este día, el Señor ha puesto en mi corazón una Palabra que quiero compartir con ustedes. Esta Palabra la encontramos en la carta a los Filipenses en el capítulo dos, del versículo cinco al siete. Dice así:
“La actitud de ustedes debe ser como la de Cristo Jesús, quien, siendo por naturaleza Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse. Por el contrario, se rebajó voluntariamente, tomando la naturaleza de siervo y haciéndose semejante a los seres humanos.”
Sabemos que todo lo que sucede tiene un propósito para nuestras vidas. En muchas ocasiones, el Señor quiere tratar con algunas áreas que hacen falta refinar. Muchos de nosotros podríamos decir que quisiéramos que Dios siga cambiando algo en nosotros— nuestro carácter, por ejemplo— porque en ocasiones, no respondemos de la mejor manera a ciertas circunstancias. En estos días donde todo el mundo ha podido experimentar un cambio en sus vidas, tanto en el ámbito laboral, familiar, el tiempo, y la “libertad” que se tenía para hacer algunas actividad, muchas personas se encuentran agobiadas entre ellas, muchos cristianos, y tenemos que tener cuidado de que algunos de nosotros podamos caer en actitudes como la queja, el enojo, o la desesperación.
Primero, para entender un poco mejor de lo que estamos hablando, veamos una definición sencilla de actitud. La actitud es el comportamiento que emplea un individuo frente a la vida. En este sentido, se puede decir que es su forma de ser o el comportamiento de actuar.
También, se sabe según estudios, que el comportamiento— o actitud— frente a alguna circunstancia está ligado a otros componentes como lo que nosotros conozcamos o entendamos de una situación u objeto, también nuestras percepciones o creencias. Nuestros sentimientos hacia algo en particular también determinan nuestra actitud, y eso puede influir en el comportamiento que tengamos frente a las situaciones. Esto es lo que dice la psicología y sociología acerca de la actitud y de la manera en que podemos identificar o catalogar nuestra actitud frente a ciertas cosas. En resumen, ellos nos dicen que nuestro comportamiento, o actitud, está justificada por las cosas que conocemos, que hemos aprendido, y por nuestras experiencias.
Pero la Palabra de Dios nos enseña que nuestra actitud o comportamiento no debe ser el resultado de la circunstancia que estemos pasando, sino que el Espíritu Santo nos ha dotado de capacidades que sobrepasan el comportamiento básico del ser humano, y nos faculta para tener una actitud diferente hacia la vida. En el pasaje de Filipenses, el Apóstol Pablo nos enseña que debemos tener la actitud de Cristo. Esta actitud— dice en el pasaje que es de humildad, servicio, y obediencia.
Cuando Jesús celebraba la Pascua con sus discípulos, sabía que la hora se acercaba. Y en su oración denota un conocimiento del sufrimiento que estaba a punto de padecer y que, por lo tanto, si el Padre le diera permiso, él no hubiese querido pasar por eso, pero dijo con toda certeza: “Que no se haga mi voluntad sino la tuya.” Vemos una actitud de obediencia ante una circunstancia adversa. Cualquiera de nosotros hubiera dicho en ese momento,“yo no tengo que pasar por esto,” o talvez diríamos, “no creo que Dios permita que yo tenga que pasar por este sufrimiento.” Y de esa manera, nos alejamos de muchos procesos en nuestras vidas y no vemos los planes que el Señor tiene más adelante.
Jesús obedeció a su Padre hasta el final, y aunque fue muy difícil, podemos ver el resultado de esa decisión, como dice Pablo en el versículo nueve: “por eso Dios lo exaltó hasta lo sumo y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre.”
Amén. Y también, como resultado de todo esto, encontramos la salvación y el perdón de nuestros pecados. Cuando nosotros no reaccionamos a las circunstancias basados en nuestros sentimientos o simples razonamientos, sino que a pesar de las dificultades, acudimos al Padre Celestial con una actitud de obediencia, con un corazón dispuesto y confiados en Él, sabemos que recibiremos respuesta.
También podemos ver otro ejemplo muy conocido por nosotros: Pablo y Silas siendo arrestados por predicar la palabra y echar fuera el demonio de una joven. Esto lo encontramos en Hechos 16, del verso 20 al 26: “Los presentaron ante los magistrados y dijeron, ‘Estos hombres son judíos, y están alborotando a nuestra ciudad, enseñando costumbres que a los romanos se nos prohíbe admitir o practicar.’ Entonces la multitud se amotinó contra Pablo y Silas, y los magistrados mandaron que les arrancaran la ropa y los azotaran. Después de darles muchos golpes, los echaron en la cárcel, y ordenaron al carcelero que los custodiara con la mayor seguridad. Al recibir tal orden, este los metió en el calabozo interior y les sujetó los pies en el cepo. A eso de la medianoche, Pablo y Silas se pusieron a orar y a cantar himnos a Dios, y los otros presos los escuchaban. De repente se produjo un terremoto tan fuerte que la cárcel se estremeció hasta sus cimientos. Al instante se abrieron todas las puertas y a los presos se les soltaron las cadenas.”
Vemos dos hombres haciendo el trabajo del Reino— predicando, enseñando, sacando demonios, ¿y que tienen a cambio? Los azotan y los llevan presos. Cualquiera en ese momento pudiera preguntarse, “¿Por qué me pasa esto?” o empezar a quejarse o reclamar a Dios por tal injusticia.
El mismo, Pablo le dice a los filipenses en el capítulo dos, versículo 14, “Háganlo todo sin quejas ni contiendas.”
Tengamos cuidado de que estas actitudes puedan sobresalir en nuestras vidas en estos días difíciles. Pablo y Silas pudieron haberse quejado, ya que su situación pudiera parecer injusta ante nuestros ojos, pero en lugar de eso comenzaron a orar y alabar al Señor en ese momento de adversidad. Que actitud tan envidiable tuvieron estas personas. No importaba la experiencia que estaban pasando; tenían un corazón agradecido, y eso les permitía cantar aún en medio de esa cárcel, y lo hacían con tanto gozo y fuerza que los demás presos los podían escuchar.
Cuando nosotros tenemos esa actitud, algo pasa en nuestra vida, y no solo eso, en los que están a nuestro alrededor. Algo cambia. La atmósfera cambia cuando estamos rodeados de personas agradecidas. Dice la Palabra que mientras ellos cantaban, las cadenas fueron rotas, pero no solo las de ellos, sino también las de los demás presos que los escuchaban.
Esa es la tarea de la Iglesia en estos días: orar y cantar con tanto agradecimiento que las cadenas de aquellos que están agobiados y cargados puedan ser rotas, que en este tiempo de encierro puedan ser abiertas las cárceles, y los ojos puedan ser abiertos a la increíble esperanza que tenemos en Cristo Jesús, que nuestra actitud hacia esta adversidad sea diferente. Las cosas son difíciles, pero esto no determina nuestra actitud, sino que más bien permita que nos acerquemos más al Señor.
Dice la Palabra en Isaías 61, del verso uno al tres, “El Espíritu del Señor omnipotente esta sobre mí, por cuanto me ha ungido para anunciar buenas nuevas a los pobres. Me ha enviado a sanar los corazones heridos, a proclamar liberación a los cautivos y libertad a los prisioneros, a pregonar el año del favor del Señor y el día de la venganza de nuestro Dios, a consolar a todos los que están de duelo, y a confortar a los dolientes de Sion. Me ha enviado a darles una corona en vez de cenizas, aceite de alegría en vez de luto, traje de fiesta en vez de espíritu de desaliento. Serán llamados robles de justicia, plantío del Señor, para mostrar su gloria.”
Que increíble el poder de la Palabra de Dios. Dice que ha venido a sanar los corazones heridos; nada en este mundo puede hacer eso. Y en este tiempo de dolor para muchos, él viene a consolar y dar aliento de vida.
Estamos claros que las cosas no mejorarán en el panorama mundial. De hecho, estamos en medio de una generación malvada, pero recordemos, hemos sido creados para brillar en medio de la oscuridad. Filipenses dos quince dice: “Para que sean intachables y puros, hijos de Dios sin culpa en medio de una generación torcida y depravada. En ella ustedes brillan como estrellas en el firmamento.”
La Palabra de Dios y su Iglesia, son ese manantial que el mundo necesita en medio del desierto que estamos pasando. Oremos, hermanos.
Padre, te agradecemos Señor, por tu infinita misericordia, te agradecemos Señor que nos hayas guardado hasta este día porque podemos ver tu mano, podemos ver, Señor, que nos has guardado, que nos has librado del mal. Y en esta hora, te queremos pedir, Señor, que entres a lo más profundo de nuestro corazón, que entres a lo más profundo de nuestra alma y nuestra mente, Señor. Solo tú puedes escudriñarnos, Señor. Y te pedimos, Padre, que toques nuestro corazón, que cambies nuestra mente, nuestra manera de pensar, queremos darlo todo a ti Señor. Queremos cambiar, Señor, nuestras actitudes y nuestros comportamientos. Señor, sabemos que tus planes son más altos que los nuestros— que tus planes son mejores, Señor, que los nuestros, Padre. Queremos oír, Señor, lo que tú tienes para nosotros.
Gracias te damos porque a tu Iglesia se le ha dado. ¡Oh, Dios! Esa tarea, Señor, de brillar en medio de esta oscuridad, Señor, y por medio de tu Palabra sabemos que será abierto el entendimiento, Señor, de muchos. Sabemos, Señor, que muchas cadenas, Señor, que han oprimido a muchas personas, que están oprimiendo, Señor, en esta hora serán rotas, Padre. Toda depresión, Señor, todo agobio, Padre Santo, en el nombre de Cristo Jesús es roto por el poder de tu Palabra, Dios. Y sabemos que tu luz brilla dentro de nuestros corazones. Te agradecemos, Padre, por todo, en el nombre de Cristo Jesús. Amén y amén.