Bajo la nube y la presencia de Dios
Sermón de Pastora Patricia
Que el Señor les bendiga, mis hermanos. Hoy es un gran día, porque este es el día que hizo el Señor, y quiero, antes de comenzar, agradecer al Señor por su bondad al hacernos participantes de su gran reino— un reino de amor, un reino de bondad, y un reino de misericordia— al habernos trasladados de las tinieblas a su luz admirable. En estos días, hemos observado una gran columna de nube de arena que ha cubierto el cielo y se ha hecho ver en muchos países proveniente del desierto de Sahara. Y esto me recordaba lo que la Palabra nos dice, que cuando Dios sacó al pueblo de Israel de Egipto, rumbo al desierto, que también allí el pueblo pudo ver por 40 años una nube, pero era la nube de Dios.
Y me recordaba tanto esta Palabra de como el Señor guiaba a su pueblo a través de la nube. Pero esta nube que hoy vemos es algo que puede dañar el sistema respiratorio del ser humano. En cambio, aquella nube que estaba sobre el pueblo sanaba, restauraba, y liberaba.
Vamos a Éxodo 13:21-22. “De día, el Señor iba al frente de ellos en una columna de nube para indicarles el camino; de noche, los alumbraba con una columna de fuego. De ese modo podían viajar de día y de noche. Jamás la columna de nube dejaba de guiar al pueblo durante el día, ni la columna de fuego durante la noche.”
¡Que provisión, la de nuestro Dios! Esta nube nunca dejó de guiar al pueblo en su trayecto por el desierto. Esta nube que representaba la presencia de Dios representaba la protección, y representaba la protección de nuestro Dios. Que manera tan increíble de nuestro Dios cuidar a su pueblo. Sobrevivir 40 años en un desierto humanamente es imposible. Dice la Palabra que durante 40 años, no se le gastó la ropa que llevaban puesta, ni se les hincharon los pies, porque Dios hace que lo imposible se haga posible, porque nuestro Dios es Dios de imposibles, y Él Señor es el mismo ayer, hoy, y por los siglos. Hoy, Dios sigue haciendo cosas que para el hombre es imposible, pero para Él, todo es posible.
Una nube cubriendo una multitud de personas… Lo asombroso que ha de ver sido ver esa nube. Y así como hoy podemos ver esa nube de polvo físicamente, el pueblo de Israel miraba esa nube que los cubría del sol del desierto y la columna de fuego del frio de la noche, y miraron las maravillas de nuestro Dios. Pero, ¿que paso con aquellas cosas sobrenaturales que Dios les mostro al pueblo? Éllos despreciaron al que los había liberado de la esclavitud, porque en su corazón todavía estaban deseando seguir lo que Egipto les ofrecía. Ver esas cosas sobrenaturales, ver al cielo y mirar esa nube que les estaba cubriendo, eso era algo increíble. Pero todo lo que pasó con Israel en el pasado es una sombra de todas las realidades que hoy nosotros estamos viviendo.
En tiempos de crisis, había un pueblo caminando de manera sobrenatural, porque nadie puede sobrevivir 40 años así sin depender de una dirección de Dios. Él pueblo tenía que depender de la dirección de Dios todos los días porque nadie puede caminar en el desierto sin Dios. Hoy, hay tiempos de crisis y Dios viene con la nube de su presencia— aleluia— a guiar al pueblo, a proveer, a cubrir a su pueblo. ¿Cuántos hoy estamos sintiendo esa protección? Pero hoy, también, muchos prefieren las delicias temporales del mundo, que el placer eterno de la presencia de Dios.
¿Con quien hoy estamos caminando? ¿Quién hoy nos está guiando? ¿Quién está guiando hoy nuestra vida y nuestros hijos? La victoria está cuando caminamos con Dios y le seguimos solo a Él.
Deuteronomio 32:10-11, “Lo halló en una tierra desolada en la rugiente soledad del yermo. Lo protegió y lo cuidó; lo guardó como a la niña de sus ojos; como un águila que agita el nido y revolotea sobre sus polluelos, que despliega su plumaje y los lleva sobre sus alas.
Así cuidó el Señor al pueblo, y nunca les faltó nada. ¿Dónde nos encontró a nosotros el Señor? Era una tierra desolada donde nosotros estábamos, un lugar donde nosotros estábamos muriendonos de hambre y de sed porque lo que Egipto ofrece no satisface la necesidad del alma, porque Dios nos creó con esa necesidad, y que esa necesidad en el alma solo Él pudiera llenarla. Por eso, la Palabra dice: “Deléitate en el Señor y Él concederá las peticiones de tu corazón.” Dios hace lo mismo hoy. Dios nos sigue guiando; Dios sigue enviando el maná. Así como en aquellos tiempos en que el pueblo miraba la nube con todas las bendiciones que Dios daba, y llegaron a decir, “Ya no queremos este pan, estamos aburridos de esta pésima comida.”
Este pueblo se olvidó como el Señor los sacó con grandes milagros y los rescató de la esclavitud. Así también, hoy se muchos se han olvidado como Dios los rescató de la esclavitud y el pueblo ha dejado de sorprenderse con el Señor. ¿Por qué? ¿Porque muchos ya no se sorprenden de las maravillas que Dios hace hoy? Porque sus ojos están cerrados, y ya la gloria del Señor no está frente a ellos. Ya no hay aquella alegría por seguirle. Cuando ya no hay gratitúd aunque este viendo lo que Dios hace cada día sino que la queja por querer más es el pan diario para muchos, y ya no pueden disfrutar de nada.
Recordemos a Josué y a Caleb, como ellos miraron la tierra que fueron a explorar, y que Dios les estaba entregando, ellos dijeron, “Es una tierra muy buena,” porque ellos todavía se sorprendían de la bondad del Señor. En cambio, los otros solo vieron los gigantes. Cuando nuestros ojos todavía se sorprenden al mirar algo y lo relacionamos con la bondad de Dios, vemos una flor, vemos algo que nos regalan y nos relacionamos con todo lo que Dios está haciendo, y vemos que Dios se está moviendo aún en las cosas más pequeñas. Josué y Caleb miraban la nube y decían, “Dios va con nosotros.” Porque Dios estaba con ellos, todo el tiempo que estuvieron en el desierto, ellos estaban seguros que Dios los guiaba. Por eso, cuando Él les da la orden de ir a explorar la buena tierra que Él les estaba entregando, ellos obedecieron. Vieron los gigantes, claro que sí, allí estaban; pero sabían que si el Señor les había dado la tierra, la podían conquistar porque el Señor estaba con ellos.
Cuando nuestros ojos están puestos en Dios, y no se nos olvida lo que él ha hecho, podemos decir como David, “Alaba, alma mía, al Señor. Alabe, todo mi ser, su santo nombre. Alaba alma mía al Señor, y no te olvides de ninguno de sus beneficios.”
Bendito nuestro Dios, gracias Padre. Aquellos que recuerdan día a día lo que el Señor ha hecho entonces no pueden más que alabar al Señor, y de sus gargantas brotan aquella gratitud. Y es allí donde Dios empieza a bendecir. Él viene con sus recompensas a aquellos que le creen, pero aquellos que prefieren los ajos y las cebollas de Egipto, Dios les entrega a los ajos y las cebollas, y los deja en Egipto. Dios hoy está abriendo los ojos de aquellos que buscan llegar cada día a ese lugar espacioso, el oasis que, en medio del desierto, Dios les mostro. Él es ese oasis.
Números 9:17 dice, “cada vez que la nube se levantaba de la tienda, los israelitas se ponían en marcha; y donde la nube se detenía, allí acampaban. Dependiendo de lo que el Señor les indicara, los israelitas se ponían en marcha o acampaban; y todo el tiempo que la nube reposaba sobre el santuario, se quedaban allí.
Ellos tenían que estar haciendo maletas en el desierto, armando la carpa o desarmándola cada día, cada mes, o cada vez que Él Señor se levantaba, y esto significaba que tenían que quitar todo para moverse a otro lugar. Era tiempo de nuevas experiencia, con nuevas cosas que hacer. Ellos tenían que quitar las estacas para moverse. Dios no quería que se sintieran cómodos con las experiencias que ya habían vivido, porque Dios siempre quiere movernos a otro lugar, y hoy también Dios nos dice, “Quita las estacas porque es tiempo de movernos. Quita las estacas, levanta la carpa, y sígueme,” porque Dios es Dios de nuevos tiempos, porque Dios es Dios que hace siempre cosas nuevas y Él no quiere que nosotros sigamos con las experiencias del pasado.
Moverse con Dios es moverse en fe, es moverse viendo al invisible, es ver que vamos hacia la ciudad cuyo constructor y arquitecto es Dios. Alabado sea su nombre. De esto se trata la obediencia, rendir la voluntad a Dios, para que la nube se posara sobre ellos y los cubriera, igual con nosotros, aunque muchos todavía pensaban en sus mentes, que daríamos por estar en Egipto.
La nube y la columna representaba que Dios estaba allí para protegerlos, y para guiarlos. Pero ellos comenzaron a sentir el calor del desierto, y el frío de la noche, ¿qué paso? La nube y la columna no estaba sobre ellos, porque se rebelaron contra Moisés y contra el Señor; se rebelaron contra el líder que Dios había puesto, y se rebelaron contra el Señor, y empezaron a quejarse de todo lo que el Señor estaba haciendo, de las maravillas que estaba haciendo y de lo bueno que el Señor era con ellos. Y entonces, el Señor no tuvo más que apartarse de ellos.
Si tu mirada está en el Señor, no solo avanzarás con Él de día y de noche con la seguridad que la nube está sobre ti y tu familia, pero también estarás seguro en las manos del Señor con el sustento espiritual que Él envía a cada uno, el maná que descendió del cielo, que todo aquel que coma de Él vivirá para siempre con Él, porque ese pan es Cristo Jesús que se dio para dar vida eterna. Beberemos agua de aquella roca que saciar la sed del alma. Dios le dio al pueblo una visión de que los llevaba a una buena tierra, y esa tierra no podía ser conquistada si el pueblo no tenía dirección.
Por eso, Él les dijo que siguieran la nube, cada vez que les indicara el camino, ellos debían seguirla de día o de noche. Hoy, no vemos la nube como la vio el pueblo, que la veían arriba de ellos. Hoy, la presencia del Señor está dentro de nosotros, enseñándonos el camino, porque Cristo es el camino, la verdad, y la vida, y lo que este pueblo podía ver, hoy podemos tenerlo en nosotros y con nosotros.
Dios le hablaba a Moisés y se presentaba cara a cara. Hoy, Dios está hablándonos a cada uno, y nos está mostrando su rostro, sigamos bajo esa presencia. Hoy, ya no tenemos que recoger el maná como el pueblo, sino que esa Palabra está en nosotros, habita en nosotros, y el agua de la roca que nos sacia que es Cristo Jesús, la esperanza de gloria, y ese columna de fuego nos guía de noche. Aunque sea de noche, para nosotros es ya el amanecer porque la presencia de Dios ha hecho que la noche sea el amanecer, y podamos ver claramente como Él nos está guiando hoy, ya no debajo de una nube física sino debajo de la nube espiritual que es su presencia en estos días. Hoy, Él se está moviendo. Hoy, Él se está moviendo, Iglesia, porque Él Señor está moviendo a su pueblo a nuevos tiempos, porque Él dice, “Quita las estacas y extiéndete.” ¡Aleluia!
Dios siempre se mueve, esa es una verdad que debemos entender en nuestro corazón. Nuestro Dios se movió, se mueve, y seguirá moviéndose a la espera que nosotros lo acompañemos, y no nos quedemos en el mismo lugar, a la espera de que le sigamos.
Yo oro para que cada uno de nosotros nos movamos bajo esa nube de gloria, que extendamos las estacas, porque nuestro Dios se está moviendo en estos tiempos; que aunque el mundo se paralizó, Él nunca se queda en el mismo lugar. Dios está con nosotros, y nos pide que avancemos a la conquista de nuevas cosas, a la conquista de aquella tierra prometida. Hoy, estamos viendo todo lo que está sucediendo, y estamos en medio, Iglesia. Pero Dios está con nosotros. El mundo está paralizado y mucho pueblo que ha escuchado la Palabra de Dios han decidido quedarse paralizados, pero, cuantos hoy seguiremos al Señor, cuantos hoy levantamos las estacas, y las quitamos, y le decimos, “Señor, yo te sigo y no me quedaré en el mismo lugar porque tú quieres llevarnos a nuevas experiencias y a nuevos tiempos.” Los tiempos nuevos de Dios son increíbles, Iglesia, y hoy es tiempo de experimentar algo diferente y Dios lo está haciendo, y Dios lo está haciendo con aquel que se está moviendo con Él.
Que el Señor bendiga sus vidas en esta mañana, que Dios bendiga su vida en este día, que Dios bendiga sus familias, que Dios con su presencia con su provisión y con su cuidado esté delante, que esté arriba, y que este a los lados de cada uno de nosotros, en Él nombre de Cristo Jesús. Amen y amen.